El Infierno En La Tierra
Esta es la historia de un chico que un dÃa se despierta escuchando numerosos alaridos, aunque sigue en cama y posteriormente un nauseabundo olor a carne quemada entra por su ventana, tras lo cual oye disparos, gritos que parecen sobrenaturales y están cerca, y finalmente un choque y una explosión, que lo impulsa a levantarse, asomarse a la ventana y ver que el Infierno ha llegado a la Tierra…
Yo creÃa que otra vez todo venÃa de mis pesadillas; y que, si bien me estaba despertando, aquellos terribles alaridos eran alucinaciones auditivas, pues aún padecÃa de cierta somnolencia propia de ese pesado estado de tránsito entre el sueño y la vigilia. No obstante, pasó un rato y los gritos persistÃan con una fuerza preocupante, como si no estuviesen en mi mente y proviniesen del exterior de las paredes de este doceavo piso en que tengo mi pieza.
Eran gritos de muchas personas y en distintos tonos: mujeres, hombres, adolescentes y ancianos. Alaridos que no solo reflejaban pánico extremo o desesperación, sino que en algunos casos expresaban palabras o frases, aunque yo no podÃa entender (ni me interesaba mucho) bien qué demonios decÃan, quizá por mi somnolencia.
Y pues, vivo en el centro de la ciudad, en el doceavo piso de un edificio alto, viejo y aburrido, donde a menudo, a pesar de estar bastante arriba de todo el ruido, me despiertan ciertos imbéciles que se ponen a pitar o a insultar sabiendo que el tráfico está congestionado y no ganarán nada portándose como animales. Eso es lo común, porque algunas veces ocurren accidentes de tráfico y los morbosos se aglomeran a ver si encuentran un poco de gore en vivo, o bien una ambulancia emite su desesperante sonido al no poder abrirse paso en la marea de coches, o incluso, aunque estas ocasiones son contadas, se incendia alguna casa o edificio en los alrededores… Vaya, y pensar en lo que me dijo la dueña del edificio cuando firmé el contrato de alquiler hace siete meses: “Es el centro, todo está muy cerca y en este piso hay una vista maravillosa de la ciudad, además de que aquà no llega el bullicio”… SÃ, claro, “no llega el bullicio”… ¿Y los gritos que estoy escuchando, vieja estafadora, me vas a decir que me fumé un porro y por eso los oigo?
Algo asà habrÃa querido decirle a la dueña del piso si la tuviera aquÃ, porque todo el infernal coro (uso la palabra irónicamente) me seguÃa perturbando, aunque me llamaba la atención algo en la manera de gritar de esa gente: una cosa extraña, que no conseguÃa entender bien qué era ni por qué no entendÃa bien qué era… Me parecÃa que tenÃan más profundidad que los gritos comunes, que la textura del sonido era un poco diferente, que las emociones que reflejaban tenÃan algo que se salÃa de lo normal. ¿Era eso, o acaso me estaba sugestionando y simplemente se trataba de una huelga u otro tipo de manifestación? Si era una huelga: ¿qué les estaban haciendo para que griten asÃ?; si no era una huelga ni una manifestación: ¿era un accidente de tráfico múltiple o algún horrible atentado terrorista cuyos heridos no dejaban de gritar?
Si era algo importante como parecÃa, seguramente lo verÃa pronto en los noticieros de mediodÃa; pero eso sÃ: no me iba a levantar de la cama, no con la pesadez y la somnolencia que tenÃa, aunque hacÃa un irritante calor que parecÃa de mediodÃa, cosa inusual en febrero…
Quise intentar dormir un poco más pero fue en vano: la estrepitosa polifonÃa continuaba jodiéndome los tÃmpanos y la tranquilidad. Estando asÃ, lo mejor que pude hacer fue afinar mi oÃdo a ver si conseguÃa distinguir palabras que me revelaran la razón de tanto escándalo y caos. Al hacerlo, no distinguà nada pero sà que me terminé de amargar al percibir que un olor perturbador entraba por mi ventana. Quizá el olor ya estaba antes y la somnolencia, que ahora era mucho menor, no me habÃa dejado percatarme de su presencia, o de su maldita presencia, para ser exacto, pues era el desagradable aroma de algo quemándose, que no era madera ni papel ni plástico ni nada que conociera. Ese olor no solo entraba por mis fosas nasales (que se habrÃan suicidado si tuvieran voluntad), sino que se filtraba por todos los poros de mi cuerpo, impregnándome con su asquerosidad…
“¡Me cago en su puta madre!”, grité yo, ya fuera de mÃ, golpeando con todas mis fuerzas la pared que estaba junto a un lado de mi cama, tan duro que después tuve que insultarme porque casi me dejo sangrando los nudillos de mi mano derecha… ¿Cómo podÃa ser? Primero el ruido y ahora ese olor desquiciante, que se acabarÃa pegando en toda mi pieza si no me levantaba a cerrar la ventana, y sin embargo no, yo seguÃa allà acostado cual un Snorlax (el pokemon que es un gato obeso) pasado de copas…
“Esto no puede ser peor”, pensé yo ingenuamente, pues justo en ese instante escuché disparos… ¡disparos de armas de fuego! Oh Dios, oh Dios, ¿acaso estaban filmando una pelÃcula de acción o terror en los alrededores? No aguantaba más, no querÃa levantarme, e intentaba calmarme aferrándome a la absurda idea de la pelÃcula, cuando de pronto el corazón se me subió a la garganta y los escalofrÃos me sacudieron por completo, haciendo añicos la ya reducida somnolencia que me quedaba…
No, no, no y no: no, señores, ustedes jamás escucharán algo asÃ, al menos no mientras vivan, y espero que tampoco después… Eran gritos inhumanos, gritos que por su intensidad y claridad era evidente que no venÃan de la calle, sino de fuentes localizadas a unos pocos metros de mi ventana, que por fortuna no me mostró nada porque tal vez, asà como estaba en esos momentos, tranquilamente podÃa haber muerto de un paro cardÃaco. Yo solo les diré algo: busquen horas, dÃas enteros si lo desean, busquen las voces guturales más infernales que puedan encontrar en el black metal o algún otro género salvaje como el aggrotech, y ni con eso conseguirán algo que sea la mitad (no se diga más) de aterrador de eso que escuché.
Con el brazo temblando me persigné, yo que jamás voy a misa y tengo posters de grupos musicales con estética algo satánica. TenÃa gotas de frÃo sudor en la frente, mis palpitaciones eran tan rápidas como las de un atleta en pleno maratón, y mi respiración era más agitada que nunca. Yo querÃa calmarme pero en ese estado mi mente no producÃa pensamiento alguno, hasta que escuché el choque de dos vehÃculos y seguidamente una explosión, tan fuerte como si hubiese reventado uno de esos camiones que transportan gas. No sé cómo es que el vidrio de mi ventana no se rompió y mis tÃmpanos sobrevivieron, pero al menos la explosión me calmó un poco con respecto a los gritos que habÃa escuchado cerca de mi ventana. En todo caso, en ese instante, como guiado por mis reflejos, salté de mi cama y corrà a la ventana a ver qué pasaba.
No di crédito a lo que estaba viendo, simplemente observé todo estupefacto, atónito, con la boca abierta, y después cerré los ojos, me los froté, y los volvà a abrir en la esperanza de que fuera la pesadilla más vÃvida de toda mi vida. Nada desapareció: la escena infernal persistÃa, desafiando mi sentido de la realidad, amenazándome con sumirme en la locura. Las personas corrÃan de un lado a otro gritando, intentando escapar de algo que no alcanzaba a ver o descifrar; habÃa coches empotrados contra las paredes, abandonados por sus ocupantes o chocados con otros coches, y muchos de ellos ardÃan en llamas; un camión cisterna ardÃa en la mitad de la amplia calle principal; abajo y arriba, yacÃan incendiadas las plantas de los balcones de mi edificio; las explosiones continuaban proliferando por doquier, y reventaban coches, tanques de gas dentro de casas, o incluso gasolineras; y en todas las calles, dispersas aleatoriamente, habÃa pequeñas hogueras cuyo combustible era de una naturaleza que no pude revelar hasta que noté que algunas de esas hogueras se movÃan, o se arrastraban, pues en realidad eran personas calcinadas, tan quemadas que tenÃan el aspecto lastimero de quienes mueren en el fuego y terminan como pequeñas y huesudas momias negruzcas. ¡Cómo habrÃan deseado la eterna disolución esos infelices condenados, esos seres miserables cuyo ardiente ropaje no acababa de exterminarlos!
Me alegra saber que ninguno de ustedes podrá imaginarse lo que cuento de una forma igual o más horrorosa de lo que fue aquello que vi y jamás podré olvidar. Era algo sobrecogedor, que me hizo derramar lágrimas de compasión y a la vez me hizo temblar de miedo. Como les decÃa, esas personas que se arrastraban nunca se extinguÃan, pero a veces el calor hacÃa que se les cayera un brazo, un pie o una mano, que se les fueran cayendo (convertidos en cenizas) trocitos de carne, o que se partieran en dos, profiriendo alaridos de pánico mientras sus vÃsceras cocidas se derramaban por el suelo; aunque después, como pude notar, siempre venÃan, arrastrándose por el suelo, unas criaturas (si asà puedo llamarlas) que eran como serpientes hechas de oscuridad, aunque con las cabezas —según percibà de lejos— con forma humana, y entonces esos seres envolvÃan a los condenados y los recomponÃan para que volviesen a arder, ahora ya con la piel, los cabellos y todo regenerado… Entonces, una vez que volvÃan a quemarse desde el principio, iban desprendiendo pedazos (en llamas) de ropa y piel quemada, que dejaban tras de sà cuando se desplazaban arrastrándose.
También, y aunque extrañamente no lo habÃa notado antes, en muchas de las ventanas de otros edificios y casas, alcanzaba a verse fuego adentro, el humo salÃa negro y abundante, y solÃan aparecer personas que, corriendo algunas veces en llamas, se acercaban a los bordes de las ventanas y saltaban.
Por mi parte, yo continuaba de pie en mi ventana, contemplando todo, aún tembloroso y con los ojos húmedos. Desde luego, para aquellos momentos ya tenÃa claro que, el olor que percibà antes de ver todo, era el olor de la carne humana quemándose, el olor del Infierno. Ya las sensaciones eran demasiado claras para tratar de convencerme de que todo era una pesadilla, y en los otros pisos de mi edificio las personas también se lanzaban, escapando del fuego que aún no me visitaba.
Algo que me dejó aún más en shock fue ver a mi vecina Marta, lanzándose en llamas junto a su bebé de cuatro meses. ¿Qué explicación habÃa para eso? Si estaba viendo el Infierno: ¿qué hacÃa un bebé en el infierno? Yo habÃa escuchado rumores de que Marta practicaba brujerÃa, le echaba agua hirviendo a los gatos y maltrataba a su otro hijo; pero, si estaba viendo su futuro en el infierno: ¿era el bebé una ilusión creada para aumentar su tormento? Solo eso podrÃa tener algo de sentido, porque incluso todo lo que veÃa no podÃa ser pensado como un infierno admitido por Dios…
Todo era tan absurdo, tan inconcebible, y sin embargo era… Incluso, como si no bastase, empezaron a aparecer vehÃculos militares, y los soldados salÃan, le disparaban a al aire o a las personas, se mataban entre ellos, se suicidaban, echaban granadas y corrÃan a romperse la cara contra algún poste, o protagonizaban otras locuras por el estilo. Además, estaban lloviendo bolas de fuego, grandes bolas de fuego. Cuando alcé la vista, vi que en el cielo nublado volaban unos dragones de unos quince metros, con la piel tan negra que las escamas de un dragón a veces mostraban tonos naranjas, pues reflejaban el fuego que escupÃan sobre la gente los otros dragones… Ya era demasiado, la escena parecÃa un retorcido film de fantasÃa, que poco más y rozaba lo surrealista por su proximidad al mundo de las pesadillas.
No piensen que los dragones no daban miedo: sus enormes ojos de iris rojos eran tan humanos en aspecto, y tan demonÃacos en esencia, pues la mirada de estos seres alados reflejaba ira, odio, maldad, y una inteligencia superior a la humana, que hacÃa pensar en la “inteligencia angélica” que los teólogos asignaban a los ángeles, y que no resultaba difÃcil atribuir a esas abominaciones si se las consideraba como ángeles caÃdos…
Por otra parte, era muy perceptible el sadismo de los dragones, porque tenÃan como destrozar todo rápidamente a colazos o con las garras, pero preferÃan rugir, escupir fuego, y herir a la gente antes que exterminarla temporalmente (recuérdese que las serpientes de sombra los revivÃan). Estaban por todas partes, a miles de metros, y hasta en el horizonte, donde ya solo alcanzaba a verlos como puntos negros que se movÃan. Hasta donde daba mi visión, los dragones hacÃan el mismo tipo de cosas en todas partes, en todas las zonas del infierno, o de lo que parecÃa el infierno, porque quizá estaba teniendo visiones del Apocalipsis, puesto que en el cielo aparecieron algunos aviones de guerra, que en vano lanzaron los misiles contra los dragones, pues éstos ni siquiera sufrieron herida alguna, y asà unos cuantos pilotos, desesperados, se suicidaban (eso creÃan) estrellando sus cazas contra las diabólicas bestias.
Si era el Infierno: ¿por qué se les daba a los humanos la oportunidad de creer que podÃan pelear contra los dragones? Si era el Apocalipsis: ¿por qué revivÃan las personas a fin de volver a sufrir? Quizá el Apocalipsis, al menos para la mayorÃa de personas, implicaba vivir no solo el fin del mundo sino algo que, dependiendo del caso de cada persona, era o bien una experiencia anticipada del Infierno (en donde nadie muere ni se destruye irreversiblemente porque tiene que seguir sufriendo) en que habitarÃan por siempre; o bien, y como proceso de expiación, una experiencia del Infierno aquà en la Tierra, pero de duración limitada pues después gozarÃan de la presencia divina tras su pase por el Purgatorio. Sea lo que fuere, resultaba acertado llamarle “El Infierno en la Tierra” a eso que veÃa, y que en realidad me parecÃa que debÃa ser el Apocalipsis en la forma descrita, esto es, como el fin del mundo ejecutado a través de una especie de venida del Infierno (que no es tanto un lugar sino una situación) a la Tierra.
Naturalmente he pensado todas estas cosas a la hora de contar lo vivido, porque en esos momentos ni siquiera un matemático tendrÃa tanta cabeza frÃa como para ponerse a analizar. Por suerte todo acabó en poco tiempo. Fue asÃ:
Yo seguÃa mirando todo cuando, después de que los dragones gritaron con voz humana, uno de ellos, que estaba bastante lejos, se viró en dirección hacia mà y empezó a volar lentamente, acercándose. QuerÃa correr pero ni siquiera podÃa voltear la cabeza, era como si una fuerza misteriosa me obligase a estar quieto, esperando lo peor. Lágrimas de intenso terror brotaban de mis ojos a medida que el dragón se aproximaba, aunque estando a unos tres metros se detuvo, me miró fijamente y entonces, súbitamente y velozmente recordé las mayores maldades que habÃa cometido en vida, a la par que sentÃa gusanos invisibles moviéndose adentro de todo mi cuerpo; después mi mente volvió a lo que estaba viviendo, y el dragón abrió su enorme boca mostrando sus colmillos enormes y delgados, dispuestos en hileras al igual que un tiburón. Lo último que recuerdo es el intenso resplandor naranja de ese torrente de fuego, y el calor insoportable y distinto a todo cuanto habÃa conocido: un calor que te quemaba cada célula antes de destruirte, un calor que no era solo fÃsico sino también espiritual, pues yo, yo que toda la vida me pregunté en dónde diablos estaba “esa estúpida fabula del alma”, yo sentà entonces por primera vez a mi alma, ardiendo en las llamas implacables del infierno. Tras eso, vino un instante de duración indiscernible y dolor infinito, después sentà que caÃa y caÃa sin parar en un vacÃo sin fondo, y finalmente, como si acabase de caer sobre mi cama aunque en realidad esto nunca ocurriese fÃsicamente, me encontré a mà mismo en mi cama, boca arriba, con los ojos bien abiertos y el corazón latiéndome a toda velocidad.
Grité, grité una y otra vez allà en mi cama, con gotas heladas en la frente, con el cuerpo temblándome de nerviosismo. Después me calmé, miré alrededor, me froté los ojos, vi que todo estaba como antes del horror, volvà a proferir alaridos de desesperación para desahogarme, y finalmente me quedé allÃ, sentado en mi cama, con las piernas extendidas y la espalda ligeramente encorvada, mirándome las palmas de las manos como un enfermo mental, intentando convencerme de que solo fue la peor pesadilla de mi vida, o al menos eso creà hasta que giré mi cabeza a la derecha y vi que allÃ, sobre mi velador, yacÃa un pequeño (poco más grande que una canica) trocito de carne chamuscada. Al verlo grité de nuevo como desaforado, y después lo tomé, lo olà y comprobé que tenÃa el mismo olor que la carne humana chamuscada. Pese al inmenso nerviosismo, pensé en guardarlo a modo de evidencia (nunca serÃa una prueba) de que todo lo que vi fue real, pero el pedacito de carne quemada se secó rápidamente, hasta reducirse a un montón de cenizas que se me escurrieron entre los dedos, cayeron sobre mà y se desvanecieron para siempre, igual que mi cordura…
ORIGEN: Se desconoce el origen concreto de este creepypasta, pero probablemente se inspira, además de en la visión religiosa del fin del mundo, en el temor, más o menos generalizado, de que dicho fin llegue un dÃa inesperadamente, sin previas señales…
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